Hace
muchos años, -cuando aún vivía en Mochuelo-, recuerdo aquellos domingos que los
campesinos usábamos para bajar al pueblo, lucir la pinta, vender algunas
cositas, comprar otras, tomarse unas polas y regresar al monte nuevamente.
Llevábamos,
de nuestra cosecha, un mercado para vender al pueblo: Tomates, lechosa, maíz,
millo, gallinitas, huevitos, leche, boruga, ahuyama, patillas, melón, limones,
naranjas, en fin, lo que en la Vereda El Cucharo se producía, sin olvidar, -desde luego-, el tabaco. Con la platica que
nos daban por nuestros productos comprábamos panela, sal, café, chocolate, pan,
baterías para linterna y el radio y no más, porque los demás lo cultivábamos en
nuestras huertas. Desde luego pagamos las cuenticas que por ahí debíamos en la
tienda de Doña Cecilia ó Doña Teresa, o también tocaba pagarle la estirada del azadón
a Don Alipio, y si nos quedaba alguito, nos íbamos para donde Don Pablo Emilio
a tomarnos unos cuantos guarapos.
A
nosotros los habitantes de la Vereda El Cucharo, los de la veredas vecinas nos
llamaban los mechudos, por aquello de que nos gustaba usar una larga melena; Es
por eso que aquella vieja camioneta GMC modelo 52’ o el 53’, que nos llevaba y
nos traía del pueblo, fue bautizada como La Mechuda.
Evocamos
tantos recuerdos de aquella época en que La Mechuda subía y bajaba esas
trochas, que a pesar de sus achaques por tantos años de uso, se resistía a ser
abandonada en cualquier solar.
Cuando llovía, a La Mechuda había
que ponerle cadenas en sus llantas para poderla sacar del barro, y si no había
cadenas, hasta sacos de fique se le enredaban en las llantas, lo que importaba
era sacarla a como diera lugar, para alcanzar a llegar a misa de nueve.
A veces
pienso que La Mechuda andaba era con agua y no con gasolina y que en vez de
aceite en el motor, tenía más bien barro: Hoy digo que La Mechuda era un
carrazo, de esos no vuelven más.
El
puesto de adelante (Cabina) en La Mechuda era ocupado, -además del chofer-, por
la Señora del dueño de La Mechuda, y si ella ese día no iba al pueblo, ese
puesto era para la novia o la moza del chofer. Era un puesto privilegiado: Allí
no se montaba cualquiera: Era un honor ir en la cabina de La Mechuda.
En los
viajes en La Mechuda había de todo; El serio y discreto Don Pedro Antonio, la
bella Mariela: Hermosa, coquetona y rompe corazones; El dicharachero de Don
David y Don José Dolores y las amigas de la “información”, las alegres Señoras
Oliva y Briseida, a las cuales no se les capaba nadie. Es que los viajes en La
Mechuda no eran cualquier cosa, era un verdadero deleite.
Tan
osados eran los cuchareños, que no fueron pocos los viajes que hicieron en La Mechuda para pagar más de una Promesa a la Virgen de
Chiquinquira. Y hasta por allá llego La Mechuda.
Hoy nada de eso queda; La Mechuda termino
abandonada en el solar de un familiar; En El Cucharro ya no se cultiva casi
nada, pues todos quieren vivir de las migajas que arrojan todos los
santandereanos en varios basureros a cielo abierto que todos queremos olvidar.
En esos
basureros, que albergan toneladas y toneladas de desechos de todo tipo, han
quedado las vidas de algunos que en han muerto de cáncer, sin contar con
aquellos, -que sin saberlo-, estemos también ya con células cancerígenas en
nuestro cuerpo y aun no se nos ha diagnosticado. Cuando ello suceda, estaremos más
de de allá que de acá.
Hay algo que continua intacto: La
trocha. Esa trocha San Gil – Cabrera, quien sabe cuántos millones se ha comido,
pero nunca la arreglan. Cuando Don Marcos está aburrido, reúne la gente de
Mochuelo, tapan la vía con piedras y palos, y es cuando se acuerdan de volverle
a pasar la famosa cuchilla. Le oí decir a un funcionario, que los campesinos de
Mochuelo eran injustos, ingratos y desagradecidos, ¿Y cómo de qué deben estar
agradecidos esa pobre gente de Mochuelo que la están matando a diario con la
inmensa contaminación de las basuras?
Hay
Dios, lo que nos faltaba por ver y oír: Los cuchareños debemos estar
agradecidos porque todo el Sur de Santander y parte de Boyacá, nos lleva su
mierda a dejarla en nuestros patios ¡No nos hagan tan pingos!