martes, 21 de julio de 2015

La Mechuda



Hace muchos años, -cuando aún vivía en Mochuelo-, recuerdo aquellos domingos que los campesinos usábamos para bajar al pueblo, lucir la pinta, vender algunas cositas, comprar otras, tomarse unas polas y regresar al monte nuevamente.

Llevábamos, de nuestra cosecha, un mercado para vender al pueblo: Tomates, lechosa, maíz, millo, gallinitas, huevitos, leche, boruga, ahuyama, patillas, melón, limones, naranjas, en fin, lo que en la Vereda El Cucharo se producía, sin olvidar,  -desde luego-, el tabaco. Con la platica que nos daban por nuestros productos comprábamos panela, sal, café, chocolate, pan, baterías para linterna y el radio y no más, porque los demás lo cultivábamos en nuestras huertas. Desde luego pagamos las cuenticas que por ahí debíamos en la tienda de Doña Cecilia ó Doña Teresa, o también tocaba pagarle la estirada del azadón a Don Alipio, y si nos quedaba alguito, nos íbamos para donde Don Pablo Emilio a tomarnos unos cuantos guarapos.

A nosotros los habitantes de la Vereda El Cucharo, los de la veredas vecinas nos llamaban los mechudos, por aquello de que nos gustaba usar una larga melena; Es por eso que aquella vieja camioneta GMC modelo 52’ o el 53’, que nos llevaba y nos traía del pueblo, fue bautizada como La Mechuda.

Evocamos tantos recuerdos de aquella época en que La Mechuda subía y bajaba esas trochas, que a pesar de sus achaques por tantos años de uso, se resistía a ser abandonada en cualquier solar.

Cuando llovía, a La Mechuda había que ponerle cadenas en sus llantas para poderla sacar del barro, y si no había cadenas, hasta sacos de fique se le enredaban en las llantas, lo que importaba era sacarla a como diera lugar, para alcanzar a llegar a misa de nueve.

A veces pienso que La Mechuda andaba era con agua y no con gasolina y que en vez de aceite en el motor, tenía más bien barro: Hoy digo que La Mechuda era un carrazo, de esos no vuelven más.

El puesto de adelante (Cabina) en La Mechuda era ocupado, -además del chofer-, por la Señora del dueño de La Mechuda, y si ella ese día no iba al pueblo, ese puesto era para la novia o la moza del chofer. Era un puesto privilegiado: Allí no se montaba cualquiera: Era un honor ir en la cabina de La Mechuda.

En los viajes en La Mechuda había de todo; El serio y discreto Don Pedro Antonio, la bella Mariela: Hermosa, coquetona y rompe corazones; El dicharachero de Don David y Don José Dolores y las amigas de la “información”, las alegres Señoras Oliva y Briseida, a las cuales no se les capaba nadie. Es que los viajes en La Mechuda no eran cualquier cosa, era un verdadero deleite.

Tan osados eran los cuchareños, que no fueron pocos los viajes que hicieron en La Mechuda para pagar más de una Promesa a la Virgen de Chiquinquira. Y hasta por allá llego La Mechuda.

Hoy nada de eso queda; La Mechuda termino abandonada en el solar de un familiar; En El Cucharro ya no se cultiva casi nada, pues todos quieren vivir de las migajas que arrojan todos los santandereanos en varios basureros a cielo abierto que todos queremos olvidar.

En esos basureros, que albergan toneladas y toneladas de desechos de todo tipo, han quedado las vidas de algunos que en han muerto de cáncer, sin contar con aquellos, -que sin saberlo-, estemos también ya con células cancerígenas en nuestro cuerpo y aun no se nos ha diagnosticado. Cuando ello suceda, estaremos más de de allá que de acá.

Hay algo que continua intacto: La trocha. Esa trocha San Gil – Cabrera, quien sabe cuántos millones se ha comido, pero nunca la arreglan. Cuando Don Marcos está aburrido, reúne la gente de Mochuelo, tapan la vía con piedras y palos, y es cuando se acuerdan de volverle a pasar la famosa cuchilla. Le oí decir a un funcionario, que los campesinos de Mochuelo eran injustos, ingratos y desagradecidos, ¿Y cómo de qué deben estar agradecidos esa pobre gente de Mochuelo que la están matando a diario con la inmensa contaminación de las basuras?

Hay Dios, lo que nos faltaba por ver y oír: Los cuchareños debemos estar agradecidos porque todo el Sur de Santander y parte de Boyacá, nos lleva su mierda a dejarla en nuestros patios ¡No nos hagan tan pingos!